En el Día del Maestro quiero pedir la
garantía del “Derecho a educar en paz”, y no digo “el regalo”, porque
eso sería pensar que es un favor y que el Estado y la sociedad se pueden
lavar las manos en su deber de construir la convivencia pacífica. No es
un regalo, es un derecho.
Para que se pueda educar en paz, los maestros necesitan dos elementos fundamentales: paz escolar y paz laboral.
Paz
escolar, seguridad camino a la escuela y dentro de ella. “Me han
atracado dos veces este mes, yendo al colegio”, me contó una maestra que
trabaja en San Félix, ¿cómo se habrá sentido en su salón de clases esos
días?; “sospecho que hay alumnos que traen navajas al plantel”, me dijo
un profesor; “un alumno me pidió que guardara su arma, la carga para
defenderse cuando sale del liceo. Me negué y pedí cambio, Así no podía
trabajar”, me comentó un profesor de educación física; “Me metí a
separar unos alumnos del colegio, que estaban peleando en la esquina. Al
día siguiente, el padre de uno de ellos se presentó a mi oficina para
decirme que dejara de su hijo arreglar los problemas a su manera”, me
contó un docente en Ciudad Bolívar…. Y así, podía hacer un libro con las
historias de violencia en las escuelas, eso no está permitiendo ni
enseñar en paz a los educadores ni aprender en paz a los alumnos. No se
trata sólo de navajas y armas de fuego, se trata de la cultura de la
violencia metida en la escuela, se trata de la falta de claridad sobre
la manera de abordar las faltas - e incluso conductas predelictivas -,
se trata de entornos violentos que no permite ni a los niños, ni a los
maestros, llegar o salir sin el temor de ser atracados o atacados; se
trata de la falta de herramientas ante un fenómeno que nos fue llegando
sin darnos cuenta y para el cual, ni los padres y las madres, ni
nosotros, los educadores, estamos preparados.
En
segundo lugar, paz laboral, la garantía de un trabajo decente, justa y
dignamente remunerado. Un docente no debería tener que preocuparse, ni
mucho menos ocuparse, por la puntualidad de su quincena o de cualquier
otro pago. El cerebro requiere de cierta serenidad para que fluya la
creatividad, si está pensando en cómo irá a pagar el alquiler, o si no
le alcanza para pagar el mercado, mucho menos para adquirir o
repotenciar una computadora, por decir herramienta necesaria hoy para su
trabajo, el cerebro creativo no funciona. Alguna vez escuché en una
asamblea internacional de Fe y Alegría, que la sociedad tiene que
ocuparse de sus maestros para que estos se puedan ocupar de los alumnos.
Los educadores sabemos que esta profesión no da para volverse rico,
pero debemos, al menos, aspirar a una seguridad laboral y a una
remuneración y beneficios justos y dignos, ¿es mucho pedir?
Para
poder educar en paz, los maestros – y las familias – deberían disponer
de centros de orientación integral, con psicólogos, siquiatras,
terapeutas, que puedan ayudar a prevenir y reducir comportamientos
violentos, manejar el estrés laboral, en fin, adquirir herramientas para
enfrentar los diferentes tipos de violencia escolar. También se
requiere de Políticas Públicas no sólo para el abordaje de la violencia
escolar, sino también para garantizar a los educadores su remuneración
justa. ¡Me da dolor ver a maestros y maestras protestando! Tienen
derecho a ello, pero el Estado y la sociedad son los que deberían velar
para que los educadores dedicaran su tiempo a educar, a inventar, a
ocuparse de sus alumnos.
Si yo fuera
alcaldesa, o gobernadora, o ministra o presidente, esta garantía del
derecho a educar en paz, la convertiría en mi prioridad en educación, y
muchas cosas vendrían por añadidura.
Luisa Pernalete
Centro de Formación e Investigación Padre Joaquín – Fe y Alegría
Tomado con fines educativos de En la Escuela de Mabel
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