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“Moral y Luces
son nuestras primeras necesidades”, clamó Bolívar en Angostura; y en nuestra
Venezuela de hoy, donde la corrupción se muestra cada vez más vigorosa y la
educación necesita un gran esfuerzo
mancomunado para elevar su calidad, Moral y Luces siguen siendo nuestras primeras
y más urgentes necesidades.
Resulta
verdaderamente cínico y vergonzoso comprobar que, después de más de 15 años de una supuesta
revolución ética y moral, que iba a sepultar de una vez la corrupción, aparecemos
como uno de los países más corruptos del mundo. En el fondo de las
gravísimas crisis de Venezuela está la profunda
crisis ética y moral que se ha enseñoreado de la sociedad. Vivimos en un
profundo relativismo ético donde “Todo vale” si me produce poder, si me produce
beneficios o si me produce ganancias. Si todo vale, nada vale. Valores y
antivalores se confunden. Ya no sabemos, por ejemplo, qué es verdad o qué es
mentira y como estamos divididos en dos toletes, “verdad es lo que dicen los
míos” y “mentira es lo que dicen los rivales”. Por ello, es evidente que
fracasen los esfuerzos por esclarecer
los escándalos y hechos noticiosos, pues no interesa llegar a la verdad, sino imponer “mi” verdad.
Además, en esta vorágine informativa que vivimos y que nos mantiene
completamente desinformados, “las
últimas noticias son las únicas noticias”, y cada nuevo escándalo mata el
anterior.
La política se ha divorciado por completo de la ética y la corrupción se ha instalado en Venezuela como una forma normal de vida. El acceso al poder se viene entendiendo como acceso al botín, y los que nos gobiernan que son meros administradores de los bienes públicos, que nos pertenecen a todos, los utilizan a su antojo, como si fueran propios. De ahí que ya no causa extrañeza ver cómo cualquier funcionario se desplaza en camionetotas blindadas y escoltado por numerosos cuerpos de seguridad y empiezan a llevar un nivel de vida que de ningún modo podrían permitirse con sus sueldos y salarios. Tampoco causa extrañeza ver cómo el nepotismo se ha instalado en la política con todo vigor y los gobernantes de todos los niveles privilegian a sus hijos, esposas, hermanos, cuñados, sobrinos, en el otorgamiento de cargos públicos.
Es corrupción y
muy grave utilizar los bienes públicos
en provecho propio o de un partido
determinado, y todos pudimos ver (menos los miembros del Consejo Electoral),
cómo en todas las últimas elecciones se
han utilizado descaradamente bienes y recursos públicos multimillonarios para
privilegiar a un determinado candidato. Es
corrupción favorecer con dólares preferenciales a amigos y aliados, y propiciar
–o crear- empresas fantasmas o de
maletín, de las que, a pesar de las denuncias, no terminan de dar los nombres. Es corrupción que los que ostentan cargos
públicos viajen al extranjero con un
montón de familiares y amigos a costa del erario público y con generosos
viáticos en dólares, o que carguen como
gastos públicos sus comilonas y bebederas. Es corrupción exigir una “mordida”
para conceder permisos o sacar papeles, o matraquear en las alcabalas y fronteras. Es corrupción, lamentablemente cada vez más
generalizada e incluso aceptada, aprovecharse de la escasez, o
propiciarla, para especular con los
precios. Lo más cínico del caso es que muchos de los que así actúan, no se
apean de un discurso moralizante y se la pasan acusando a los demás de
corruptos, lo cual es el colmo de la corrupción.
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