¿Por qué, para qué evaluar? ¿Cuáles son las finalidades de la evaluación? ¿Qué funciones pedagógicas cumple? ¿Cuál es el sentido de las funciones de control y las sociales?
El objetivo de la evaluación del
aprendizaje, como actividad genérica, es valorar el aprendizaje en su
proceso y resultados. Las finalidades o fines marcan los propósitos que
signan esa evaluación. Las funciones se refieren al papel que desempeña
para la sociedad, para la institución, para el proceso de
enseñanza-aprendizaje, para los individuos implicados en éste.
Las finalidades y funciones son diversas,
no necesariamente coincidentes; son variables, no siempre propuestas
concientemente, ni asumidas o reconocidas. Pero tienen una existencia
real. Están en estrecha relación con el papel de la educación en la
sociedad con el que se reconoce de modo explícito en los objetivos
educativos y con los implícitos. Están vinculadas con la concepción de
la enseñanza y con el aprendizaje que se quiere promover y el que se
promueve.
Durante la primera mitad del siglo XX y
hasta la década de los 60, la función de la evaluación fue la de
comprobar los resultados del aprendizaje. Ya se tratase en términos del
rendimiento académico o del cumplimiento de los objetivos propuestos.
Las insuficiencias de esta posición se
hicieron sentir agudamente, con el auge de la evaluación de programas y
de instituciones educativas, en las décadas del 60 y el 70. Se abre un
espacio para cuestionarse las metas: "Las metas propuestas pueden ser
inmorales, poco realistas, no representativas de las necesidades de los
consumidores o demasiado limitadas como para prever efectos secundarios
posiblemente cruciales" (Stufflebeam).
La distinción de más impacto en la historia de la evaluación se debe a Scriven cuando,
en 1967, propuso diferenciar las funciones formativa y sumativa. La
función formativa, la consideró, como una parte integrante del proceso
de desarrollo (de un programa, de un objeto). Proporciona información
continua para planificar y para producir algún objeto, y se usa, en
general, para ayudar al personal implicado a perfeccionar cualquier cosa
que esté realizando o desarrollando. La función sumativa "calcula" el
valor del resultado y puede servir para investigar todos los efectos de
éstos, examinarlos y compararlos con las necesidades que los sustentan.
Estas funciones han sido ampliamente tratadas, por numerosos autores, en
lo referido a la evaluación del aprendizaje, desde el momento en que
fue propuesta hasta nuestros días.
Desde la perspectiva sociológica,
filosófica y de la pedagogía crítica tiene lugar, hoy día, los mayores y
más ricos aportes, sobre las funciones sociales de la evaluación
educativa y del aprendizaje. Argumentados análisis de las implicaciones
ideológicas y axiológicas de la evaluación evidencian aquellas funciones
que trascienden el marco escolar y pedagógico, al subrayar, en última
instancia, un hecho establecido: la inserción del sistema educativo en
un sistema mayor, el de la sociedad en su conjunto, que en gran medida
explica la multifuncionalidad de la evaluación.
Uno de los valores a nuestro juicio, más
destacables de estas aportaciones, es su capacidad para develar el "lado
oculto" o, cuando menos, no fácilmente aceptado de la evaluación,
aquello que no se hace explícito en los objetivos de la educación ni en
la evaluación que se realiza; que no responde a una intención, pero que
está latente o que sencillamente se asume como algo natural y con ello
despojado de valoraciones. Muestra que no hay valoración neutral,
tampoco educación neutral.
Resulta interesante la observación de Cardinet que bajo el rubro de "crítica social de la evaluación" concluye: "los
sociólogos han analizado los mecanismos de las barreras que obstruyen
la movilidad social y su veredicto es claro: la escuela, en especial su
sistema de exámenes y de calificaciones constituyen el principal
instrumento de diferenciación y estratificación social".
Dentro de las funciones pretendidas o no, de la evaluación están:
· Las funciones sociales
que tienen que ver con la certificación del saber, la acreditación, la
selección, la promoción. Los títulos que otorgan las instituciones
educativas, a partir de resultados de la evaluación, se les atribuye
socialmente la cualidad de simbolizar la posesión del saber y la
competencia, en función de los valores dominantes en cada sociedad y
momento. Una sociedad meritrocrática reclama que sus individuos e
instituciones se ordenen por su aproximación a la "excelencia". A mayor
cercanía, mayor mérito individual. A mayor cantidad o nivel de los
títulos que logra una persona, más vale socialmente.
Si se llevan a un extremo, estas funciones
de la evaluación que la sociedad ha acuñado como legítimas, pueden
tener interesantes implicaciones personales, institucionales, sociales.
Un título puede ser una "patente de corso" para personas no necesariamente competentes, puesto que los títulos garantizan formalmente el saber, pero como dice Boudieu,
no pueden asegurar que sea cierta tal garantía. En otros casos la
persona es competente para las tareas que desempeña, pero no posee el
título acreditativo, y cae bajo sospecha. También puede ocurrir con las
instituciones.
Desde el punto de vista de las políticas
educativas que se expresan en los objetivos de los sistemas de
educación, se evidencia una creciente aspiración no elitista, expresada
en la búsqueda de mayor calidad de educación para mayor cantidad de
personas. Esta política toma cuerpo, fundamentalmente, en la definición
de niveles obligatorios de educación y por tanto la democratización da
acceso a niveles básicos y crea oportunidades para todos. Si en la
enseñanza obligatoria, cuando menos, la evaluación se realiza con
carácter selectivo y jerarquizador, constituye una práctica antisocial.
· Función de control.
Esta es una de las funciones relativamente oculta de la evaluación.
Oculta en su relación con los fines o propósitos declarados, pero
evidente a la observación y análisis de la realidad educativa. Por la
significación social que se le confiere a los resultados de la
evaluación y sus implicaciones en la vida de los educandos, la
evaluación es un instrumento potente para ejercer el poder y la
autoridad de unos sobre otros, del evaluador sobre los evaluados.
En el ámbito educativo tradicional el
poder de control de los profesores se potencia por las relaciones
asimétricas en cuanto a la toma de decisiones, la definición de lo que
es normal, adecuado, relevante, bueno, excelente, respecto al
comportamiento de los estudiantes, a los resultados de su aprendizaje, a
los contenidos a aprender, a las formas de comprobar y mostrar el
aprendizaje, al tiempo y condiciones del aprendizaje.
Las tendencias educativas de avanzada
abogan por una relación educativa democrática, que abra cauces a la
participación comprometida de todos los implicados en el proceso
evaluativo, en la toma de decisiones pertinentes. En la medida que estas
ideas lleguen a ser efectivas y generalizadas en la práctica, se deben
contrarrestar los efectos negativos de esta función.
Funciones pedagógicas.
Bajo este rubro se sitúan diversas y constructivas funciones de la
evaluación que, aunque tratadas con diferentes denominaciones por
diversos autores, coinciden en lo fundamental respecto a sus
significados.
Entre ellas se nombran las funciones:
orientadora, de diagnóstico, de pronóstico, creadora del ambiente
escolar, de afianzamiento del aprendizaje, de recurso para la
individualización, de retroalimentación, de motivación, de preparación
de los estudiantes para la vida.
Las funciones nombradas no agotan todo su
espectro. Ante tal amplitud algunos autores han optado, sabiamente, por
usar clasificaciones más genéricas. Así Rowntree las reduce a dos, según se use la evaluación para
1. Enseñar al estudiante y/o
2. Informar sobre el estudiante.
Cardinet propone tres funciones: predictiva, formativa y certificativa. En el ámbito nacional, O. Castro propone la clasificación siguiente: función pedagógica, función innovadora y función de control.
Sin pretensión de ofrecer nuevas
clasificaciones, o funciones, vale destacar y comentar algunas de
especial interés, en opinión de la autora del presente trabajo:
La determinación de los resultados del aprendizaje y la calidad de éstos.
Si se ha alcanzado o no el aprendizaje esperado _u otros no previstos_ y
qué características o atributos posee, de acuerdo con los criterios
asumidos a tal fin. En tal caso la principal función es la de
comprobación de resultados.
La constatación de los resultados o
productos es una función legítima de la evaluación, aunque no
suficiente. Es difícil cuestionar la necesidad de conocer y apreciar los
logros de la actividad realizada, cuando menos por un asunto de
satisfacción o insatisfacción con lo que se hace, consustancial al ser
humano.
Aporta información para acciones de ajuste
y mejoras del proceso, a más largo plazo, al contrastar los resultados
con las necesidades que le dieron origen, por lo que no se excluye su
vínculo con la retroalimentación y regulación de la actividad.
Se supone que la evaluación de los
resultados tenga también una proyección futura y no solo retroactiva.
Esto es, sirve de base para hacer predicciones sobre el ulterior
desempeño académico y profesional de estudiantes. En este sentido se
habla de una función de predicción, tan cuestionada como asumida.
La de proporcionar información que permita la orientación y regulación del proceso de enseñanza-aprendizaje.
Estas funciones son muy valoradas actualmente y constituyen un pilar
para fundamentar la concepción de la evaluación como parte del proceso
enseñanza-aprendizaje. En este sentido la evaluación es un elemento
necesario para realizar el proceso.
La de servir de vía de enseñanza y aprendizaje,
es decir la evaluación vista como un medio o recurso para la formación
de los estudiantes. Con tal finalidad la evaluación cumple una función
formativa.
En tal sentido se pueden considerar dos
dimensiones. En una acepción amplia esta función incluye todas las
restantes y debiera constituir la esencia de la evaluación en el
contexto del proceso de enseñanza-aprendizaje, por lo que ella
representa para la conformación de su identidad. Con un significado más
estrecho, designa aquello que directamente contribuye a formar en los
estudiantes: las estrategias de control y autorregulación como sujeto de
la actividad, y su autovaloración personal cuya génesis tiene un
espacio en las valoraciones recíprocas que se dan en las interacciones
con los demás copartícipes del proceso de enseñanza aprendizaje y
consigo mismo.
La función formativa, en toda su
extensión, como atributo y razón de ser del sistema de evaluación del
aprendizaje y que subsume las restantes funciones, implica que sirva
para corregir, regular, mejorar y producir aprendizajes. El carácter
formativo está más en la intención con la que se realiza y en el uso de
la información, que en las técnicas o procedimientos que se emplean, sin
restar importancia a estos últimos.
Las anteriores consideraciones sobre las
funciones de la evaluación llevan a considerar que la evaluación está al
servicio del proceso de enseñanza y no a la inversa e introduce
modificaciones en los enfoques tradicionales respecto a la posición de
los participantes en el proceso de enseñanza aprendizaje, así como la
relación que se establece entre evaluador-evaluado de cooperación o
colaboración para el logro de fines comunes. La interpretación de los
resultados de la evaluación pasa de ser un dato estático y por lo tanto
fácilmente extrapolable como juicios globales sobre la capacidad o la
valía del estudiante, a considerarse un momento más del aprendizaje.
Extraído de
La evaluación del aprendizaje: tendencias y reflexión crítica
Lic. Miriam González Pérez.
Centro de Estudios para el perfeccionamiento de la Educación Superior,
Universidad de La Habana, Ciudad de La Habana, Cuba.
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Circulado por el Profesor Jorge Cañizalez en la Lista electrónica EPT Venezuela (Julio 2012)
Recirculado con fines exclusivamente educativos.
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