miércoles, 8 de octubre de 2014

FORMAR PARA LA CRÍTICA Y LA AUTOCRÍTICA. Por Antonio Pérez Esclarín

LAICO, PERO NO LAICISTA
Por: Antonio Pérez Esclarín (pesclarin@gmail.com)
@pesclarin       www.antonioperezesclarin.com
 
Frente a las pretensiones de uniformar el pensamiento, la educación debe orientarse a formar personas reflexivas y críticas, capaces de pensar con su cabeza y no meramente repetir lo que le dicen otros, de argumentar y defender sus puntos de vista sin ofender al que tiene otros diferentes, de pensar la educación y pensar el país y el mundo, para poder contribuir a transformarlos. Educación que ayude a discernir entre proclamas y hechos, que promueva el análisis crítico de la realidad local y nacional, y capacite para reconstruir la cultura y resolver nuestros gravísimos problemas. En palabras de Paulo Freire, necesitamos de un “radicalismo crítico que combate los sectarismos siempre castradores…, sean de derecha o de izquierda – iguales en su capacidad de odiar lo diferente – intolerantes, propietarios de una verdad de la que no se puede dudar siquiera ligeramente, cuanto más negar” (Pedagogía de la Esperanza, pág. 48 y ss).

La crítica debe ser, primero que nada, autocrítica permanente, tanto individual como institucional, como medio esencial para cambiar, para mejorar, para irse superando sin cesar. Autocrítica como medio para alcanzar la autonomía intelectual y moral. Nadie supera sus debilidades si no comienza por reconocerlas. En palabras de Pascal, “la grandeza de un hombre consiste en reconocer su propia pequeñez”. Autocrítica para aceptar las limitaciones e incoherencias, que lleve a un testimonio coherente, valor esencial en estos tiempos de tanta retórica y palabrería, de tanta mentira, de tanta apariencia, de tanto relativismo ético y doble moral. Venezuela necesita de personas e instituciones comprometidas con caminos de cambio, que hablan lo que creen, viven lo que proclaman. Coherencia para vivir los valores que proponen, para testimoniar el compromiso con el mundo nuevo que pretenden. Coherencia entre el sueño que anuncian y las obras con que intentan construirlo. “¿Qué ética es esa – se preguntaba alarmado Paulo Freire – que sólo vale cuando se aplica a mi favor? ¿Qué extraña manera es esa de hacer historia, de enseñar democracia, golpeando a los que son diferentes para continuar gozando, en nombre de la democracia, de la libertad de golpear? No existe gobierno que permanezca verdadero, legítimo, digno de fe, si su discurso no es corroborado por su práctica, si apadrina y favorece a sus amigos, si es duro sólo con los opositores y suave y ameno con los correligionarios. Si cede una, dos, tres veces a las presiones poco éticas de los poderosos o de amigos ya no se detendrá… hasta llegar a la democratización de la desvergüenza” (Política y Educación, pág. 38; Pedagogía de la Esperanza, pág. 167).

Esta actitud de crítica, autocrítica y búsqueda de coherencia, supone el valor de la humildad para reconocer que uno no es el dueño de la verdad, para aceptar como igual al otro diferente, para considerar la diversidad como riqueza, para seguir aprendiendo siempre y asumirse como una persona en permanente construcción. El aprendizaje permanente supone ser flexible y aceptar la posibilidad de cambiar de interpretaciones, suposiciones o ideas. Sin cambio no hay aprendizaje. Negar la posibilidad de cambiar, rectificar o corregir es renunciar a la posibilidad de aprender. Ojalá no olvidáramos nunca este pensamiento de Lao Tzu: “Los hombres nacen suaves y flexibles. En la muerte son rígidos y duros. Las plantas nacen tiernas y dóciles. En la muerte son secas y quebradizas. Cualquiera que sea rígido e inflexible, es un discípulo de la muerte. Cualquiera que sea suave, abierto y flexible es un discípulo de la vida”.

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